Objetos

Para Marisol una cierta disciplina en su jornada de jubilada era fundamental. Así es que, cuando el reloj marcaba justamente las cinco de la tarde, se levantaba del sofá, se ponía ropa cómoda, los botines, las gafas oscuras, el sombrero y salía a caminar. Para ella estas tres últimas cosas eran fundamentales. Calzarse las zapatillas significaba dar un mensaje a los demás: “ !Ojo!, estoy haciendo ejercicio, no me interrumpáis, por favor. Voy caminando y haciendo un viaje a mi interior”. Adiós al fragor del combate: obligaciones familiares, relaciones sociales, mi propia imagen; en resumen, adiós a la épica de la vida, bienvenido un corto viaje a mi interior. ¿Por qué será que la lírica es posterior a la épica?

Flotando en estas zapatillas supersónicas, Marisol se siente Aquiles, el de los pies ligeros, o quizás Mercurio alado, el mensajero de los dioses. En todo caso, las zapatillas son un placer divino. Y, ¿qué decir de las gafas oscuras? Siente que la ocultan ante los demás y  no ve  nada más que lo que quiere ver. Sensación de aislamiento en compañía. Protegen del sol y ocultan el alma, oscuridad parcial. ¿Qué más se puede pedir? Y, por último, el sombrero, compañero de viajes interminables. Colgado en la entrada del piso, al lado de un gran espejo y haciendo pareja con su compañero de invierno, ella oye que le grita mudo cada vez que sale: “llévame contigo”.

Al pasear de incógnito, en la oscuridad, recuerda la frase de Woolf y sonríe: “ser desterrada a la oscuridad también es placentero y agradable”.